Migrant Stories

La vida en el norte según sudaneses del sur retornados

Se estima que en torno a medio millón de sudaneses del sur
permanecen en la República de Sudán, lo que era el
norte antes de que el país se dividiera en dos en julio de
2011. Fueron muchos los que allí buscaron refugio como
desplazados de la guerra civil, que comenzó en 1995,
continuó de forma intermitente y se libró
principalmente en el sur.

Así transcurrió la mayor parte de sus vidas, sin
saber mucho del lugar de donde venían. La mayoría ha
perdido las posesiones, como terrenos en los que construir
viviendas, que allí tenía. Después
están los que nacieron en el norte y que se sienten
extranjeros en el que se supone es su lugar de origen. Ni siquiera
puede considerárseles retornados.

Todos comparten, sin embargo, la alegría de regresar a un
Sudán del Sur independiente, a pesar de que para ello tengan
que superar retos y dificultades colosales. Al preguntarles
cómo se sienten al volver a su país después de
tantos años en el norte, algunos dijeron: "¡Hasta sin
tener qué echarme a la boca, me alegro de retornar a mi
país!".

Escuché la misma afirmación en el puerto de Juba,
zona de tránsito donde cientos de personas aguardan antes de
dirigirse a la ciudad, y en la estación de paso, donde
esperan para recuperar el equipaje, recibir asistencia para el
transporte o ser examinados por médicos antes de emprender
el último tramo del largo viaje de regreso a casa.

Casi todos los refugiados, desplazados o incluso los que
migraron voluntariamente suelen guardar un buen recuerdo de su
país de origen. Entre los sudaneses del sur, este es un
sentimiento tan fuerte que llega a rozar la pasión y que
está presente incluso en aquellos que nacieron en el
norte.

Me encontré con tres personas mayores que acababan de
llegar de Jartum y con una mujer nacida en el norte. Uno a uno,
hice a todos la misma pregunta: ¿por qué retornar al
sur?

Curiosamente, todos arguyeron razones similares. Joseph Lino
tiene 67 años pero, como él dice, parece mayor. Ha
pasado casi toda su vida en un campamento para desplazados de
Jartum. "La vida para un sudanés del sur en el norte
está llena de miseria. Nos tratan como a extranjeros en
nuestro propio país. Vivimos y trabajamos como ciudadanos de
segunda clase", afirma con tristeza.

Joseph me explica que, al ser del sur, solo hay unos pocos
trabajos que puede realizar: carpintero, constructor, cocinero y
otros empleos de baja categoría. Entre los funcionarios
apenas si hay sudaneses del sur; ni siquiera, tras la firma del
Acuerdo General de Paz en 2005, según el cual un 20% de los
puestos públicos deberían estar cubiertos por
nacionales del sur. A lo más que uno podría aspirar,
continúa Joseph, es a enrolarse en el ejército y, en
algunos casos excepcionales, en el cuerpo de policía.

"Por eso, a mucha gente del sur con estudios no le ha quedado
más opción que abandonar el país y partir al
extranjero en busca de oportunidades", añade.

El descontento en el caso de Marino Wani reside en la flagrante
discriminación laboral. Este ex miembro de la policía
militar, de 68 años, trabajó 17 años en el
cuerpo antes de presentar su dimisión al percatarse de las
desigualdades en términos de promoción y de que
allí no tenía futuro.

"Durante todos esos años, conservé el mismo grado
que cuando ingresé en el cuerpo. En ese tiempo,
además, formé a muchos oficiales del norte que
terminaron siendo mis jefes", narra Marino.

Viola Joseph, de 30 años, nació en Jartum y, a
pesar de que nunca antes había residido ni visitado el sur,
decidió retornar a la tierra de sus antepasados. Explica que
al no haber vivido en otro lugar, no puede establecer
comparaciones, pero que tenía la sensación de que su
vida en el norte no era normal.

"Vivíamos en dos mundos aparte. Los nacionales del norte
y del sur no se mezclan entre ellos de forma natural", precisa
Viola, empleada de una compañía de teatro y para
quien el único lugar en que unos y otros se mezclan es en el
lugar de trabajo.

Viola insiste en que, a nivel personal, el trato con la
mayoría de nacionales del norte era bueno, sobre todo antes
del referéndum. Tras un año, se quedó
desempleada y no tuvo más que recurrir a uno de los pocos
trabajos que las sudanesas del sur pueden realizar para alimentar a
sus hijos: trabajar en la elaboración de la cerveza local.
Las leyes islámicas del norte prohíben estrictamente
esta práctica que, de ser descubierta, puede acarrear graves
castigos, como la flagelación pública.

Viola insisted that on personal level the treatment of the
majority of Northerners was good, particularly before the
referendum. Viola lost her job after working for a year and had to
resort to one of the few jobs that Southern women can do to feed
their children: brewing local beer. She said the practice is
strictly forbidden under Islamic laws observed in the North and can
attract severe punishment if discovered, including public
flogging.

Viola dice haber leído que en la actualidad en torno a
3.000 mujeres del sur permanecen en prisiones del norte por ese
motivo, incluso tras la declaración de independencia y del
llamamiento al retorno. Según explica, las mujeres se ven
obligadas a hacerlo puesto que representa la única fuente de
ingresos para alimentar a sus familias y pagar las tasas
escolares.

"No hay otra opción. De haberla y conociendo el castigo,
habría que estar loco para hacerlo", apostilla.

Por su parte, Peter Samwel, septuagenario, partió en 1964
al norte para vivir con su tío, quien trabajó toda su
vida de carpintero. Afirma que la situación en el norte se
volvió insostenible tras el referéndum de enero de
2011, cuando una abrumadora mayoría de sudaneses del sur
votaron a favor de la secesión.

"Desde entonces, las ya existentes desigualdades en las
relaciones norte-sur se tornaron más evidentes. Los
nacionales del norte podían decir y hacer abiertamente lo
que en el pasado quedaba cubierto por la hipocresía",
asevera Peter al tiempo que empuña su bastón para dar
más énfasis a sus palabras.

"Muchos nacionales del sur fueron despedidos sumariamente; a
otros se les pidió que desalojaran las viviendas donde
vivían de alquiler. Los niños no pudieron continuar
yendo a la escuela y he oído que a algunos hasta les negaron
la atención médica en hospitales. Lo que está
sucediendo es inimaginable, pero no se denuncia", añade
Peter.

Antes de concluir, Peter me pide que hable de ello para que
"lleven a los que permanecen en el norte a casa antes de que la
situación se torne en desastre cuando el plazo expire en
abril". Le pregunto qué es lo que puede pasar cuando, el 8
de abril, finalice el plazo establecido por el Gobierno de
Sudán del Sur para el retorno de sus nacionales. Su
respuesta fue concisa: "Puede que usted desconozca lo que
ocurrió a los nacionales del sur en Jartum tras la muerte
del Dr. (John) Garang en 2005", me dice mientras se pone en pie,
alcanza su bastón y se aleja.

No, no lo desconozco. En julio de 2005, al difundirse la noticia
de la muerte del Dr. John Garang, líder del Ejército
de Liberación del Pueblo Sudanés, que firmó el
Acuerdo de Paz y pasó a formar parte del Gobierno de unidad,
los nacionales del sur incendiaron vehículos y edificios,
provocando disturbios en Jartum a los que los nacionales del norte
respondieron atacando a sudaneses del sur en la calle y matando a
un número indeterminado de personas.