Migrant Stories

“La bestia”: ese tren que convierte los sueños en verdaderas pesadillas

José Luis Hernandez avait tout juste 19 ans lorsqu’il a perdu une jambe, un bras et quatre doigts en tombant de La Bestia (« la Bête »), le nom bien à propos que les migrants centraméricains donnent au train qui relie Arriaga, dans le sud du Mexique, à Reynosa dans le nord, qui fait face, de l’autre côté de la frontière, à McAllen, au Texas.

José Luis Hernández apenas tenía 19 años cuando perdió una pierna, un brazo y cuatro dedos de la mano del otro brazo al caer del tren que va de Arriaga en el Sur de México, hasta Reynosa en el Norte, justo al otro lado de la frontera con McAllen, Texas, y que los migrantes centroamericanos llaman con gran acierto “La Bestia”.

En la actualidad, José Luis vive con su madre y sus dos hermanos en una casita en la ciudad de El Progreso (Honduras).

TRADUCCIÓN DEL RECUADRO

La Oficina de la OIM en México está conduciendo un programa de dos años de duración, valorado en 3,1 millones de dólares EE.UU., que lleva por título “Apoyar el fortalecimiento institucional y las capacidades de la sociedad civil para mejorar la protección de los migrantes vulnerables en tránsito”. Este programa, financiado por el Fondo Fiduciario de las Naciones Unidas para la Seguridad de los Seres Humanos, se lleva a cabo en colaboración con el Gobierno mexicano y organismos del Grupo Mundial sobre Migración, a saber el ACNUR, el UNFPA, la UNODC, el PNUD, ONU Mujeres, el UNICEF y la OIT.

El programa se centra en el establecimiento de mecanismos para mejorar la protección de los migrantes en tránsito; fomentar el intercambio y transmisión de información entre los organismos; aplicar las mejores prácticas; fortalecer la capacidad operacional de las instituciones gubernamentales; y complementar la labor realizada por organizaciones de la sociedad civil con el fin de ayudar a los migrantes y sus comunidades.

José Luis señala, suspirando: “No quiero ser un mendigo. No quiero limosnas. Empecé a aprender inglés, pero tuve que dejarlo porque no tenía dinero para pagar las lecciones. Si tuviera una computadora podría teclear un poco con mi dedo.”

El sueño de este joven no difería del de decenas de miles de jóvenes centroamericanos que salen cada día de sus hogares y emprenden la peligrosa travesía hacia el norte, con objeto de llegar a los Estados Unidos de América.

Todos los presentes, conmovidos hasta las lágrimas, escuchan el relato que hace José Luis con profunda tristeza: “Mi objetivo era ayudar a mi familia a construir su propia casa, e incluso tal vez a comprar un automóvil. Sólo quería que tuviésemos una vida mejor.”

Y añade, con voz entrecortada: “Me fui de casa con ese sueño, el sueño de ayudar a mi familia. Y ahora soy una carga para ellos. Tengo mucho tiempo para pensar, y cuando pienso en mi madre, en cómo me mira y en lo que siente por mí, sé que estaría dispuesta a darme uno de sus brazos y eso es algo realmente duro para mí.”

Se estima que cada año unos 400.000 migrantes irregulares, provenientes de Centroamérica, atraviesan México rumbo al norte, con la idea de llegar a los Estados Unidos de América.

José Luis cree que se quedó dormido en el techo de “La Bestia” y simplemente se cayó del tren. Se despertó en un hospital, donde le atendieron y proporcionaron una prótesis para la pierna que había perdido. Sin embargo, otros muchos migrantes aseguran que si no pagas 100 dólares EE.UU. o más a los miembros de las maras o bandas que suben y bajan de “La Bestia”, te empujan del tren en movimiento.

Las historias de amenazas, robos, violaciones, secuestros, mutilaciones y asesinatos han obligado a muchos migrantes a optar por la ruta que “La Bestia” emprende, del lado del Pacífico, un viaje de 106 horas de duración desde la ciudad de Lechería, en las cercanías de la Ciudad de México, hasta Mexicali, en Baja California. La llaman “la ruta sufrida”, porque se padece tanto sufrimiento, pero a lo que realmente deben sobrevivir es a las condiciones reinantes y a los 1.600 kilómetros adicionales que comprende la travesía. La mayoría afirma que es una opción más segura que la ruta en que José Luis perdió sus sueños.

José Luis nos cuenta tratando de convencerse a sí mismo: “Tengo tantos motivos para llorar, pero ya no lo hago. Ya he llorado todo lo que tenía que llorar. En cualquier caso, el hecho de llorar no va a devolverme la pierna o el brazo. Lo único que puedo hacer es mirar hacia adelante”.

José Luis continúa, agradecido de tener una audiencia con la que desahogarse: “Algunas veces pienso que todo ha sido una pesadilla, pero entonces vuelvo a la realidad y digo: no es un sueño, es real, y me ha pasado a mí. Solía tocar la guitarra. Me gustaba jugar al fútbol. Era un joven normal. Y lo he perdido todo sólo porque aspiraba a una vida mejor que no podía encontrar en mi propio país. Si alguien me hubiera advertido de que podía perder un dedo, tan sólo un dedo, nunca me habría ido de casa. Quiero salir en televisión y decirles a todos los jóvenes hondureños que no corran los riesgos que yo asumí.”

Añade: “Tengo muchas ideas. Sé que hay cosas que podría hacer para ganar dinero. Por ejemplo, podría trabajar en una emisora de radio. Es cierto que tengo muchas ideas, pero me las guardo para mí porque no cuento con apoyo alguno”. José Luis concluye su historia, y se despide de los presentes.